viernes, 16 de marzo de 2012

Brindis

Le pido que suba por la botella de tequila que esta escondida detrás de una de mis maletas, la roja, la que me va a acompañar a recorrer el sur, tomo dos vasos y me decido a embriagarme esta noche y brindar, brindar por mis antigüos amores y todo aquel que me ha padecido, por todos ellos y unos cuanto más. Por la carta que recibí y por los silencios que me persiguen, por las ausencias de cariño que me atormentan y por los remordimientos que los consumen.
Por esos remordimientos que les llegan tarde, que llegan cuando yo ya me había ido, ¿qué daño les he hechoyo que mi malestar procuran? Por qué cuándo yo me estoy recuperando vuelven a golpearme con los puños llenos de arrepentimiento, quédenselo, a mi ya no me sirve, no me sirve, llévenselo, por favor.
Yo me voy, con un shot y una buena noche por delante, lejos de todos ustedes, lejos de mi, lejos... muy lejos.

Santiago

Una ciudad grande, llena de historias y palabras, murmullos, magia, aquí las personas llevan fragmentos de sus vidas aferrados a sus cuerpos, mensajes que portan en sus pieles, caminan con prisa pero nadie sabe a dónde van, el olor de Santiago es el perfume de todas sus mujeres, mujeres de pechos pequeños que no se peinan, personas descalzas, valientes y cariñosas, miradas cálidas y ojos claros.
Santiago crece hacia arriba, dicen que porque ya no se puede expandir, que ya se terminó el espacio que le quedaba, es árido, amarillo, colores suaves, edificios altos que rascan el cielo y le hacen cosquillas, por eso casi no hay nubes.
Dicen que el aire en santiago no circula porque la gran cordillera no se lo permite, pero las personas dicen muchas cosas.
Al sol le gusta tanto esta ciudad que dan las ocho y media y no se quiere ir, se sonroja y la ciudad se vuelve naranja, las personas brillan bajo la luz del atardecer y la cordillera les desea las buenas noches, pero aquí no se duerme, las calles nunca se quedan vacías, los rumores nunca cesan.
Santiago adoptó a todos los perros que lo habitan e hizo de la infraestructura su hogar, los parques resguardan a sus mascotas y a los enamorados que inundan de cariño y caricias, haciendo que los versos de Neruda tomen sentido y fuerza, en ningún lugar se "pololea" tan agusto como en Santiago.
Aquí la gente no llora, por eso somos extranjeros, porque en este lugar se congelan las fuentes del llanto y el corazón se detiene y no puede romperse, al atravesar los Andes se dejan las penas, el ruido, el dolor, la nostalgia, las lágrimas, todo queda flotando en el cielo, se lo quedan las nubes y se lo llevan a llover a otro lugar, lejos muy lejos, un lugar que no conocemos y que mucho menos vamos a buscar.
En esta ciudad, donde las personas son tan cariñosas que no te puedes perder, el mundo gira más lento y hay tantas personas que la soledad se quedó afuera.

martes, 28 de febrero de 2012

Como lo prometí

Ambos eran estudiantes de universidad cuando se conocieron, fue en una conferencia sobre fotografía análoga donde entablaron su primera conversación, y si no fue amor a primera vista si fue un romance, como todos los romances universitarios, con varias entrevistas y sesiones, donde les pareció, después de examinar minusciosamente al otro, que sería una buena idea caminar de la mano por los pasillos y pasar tiempo juntos.
Se entendieron muy bien y pasaron juntos más de 175 días, haciendo las cosas que hacen lo que están juntos, hablaban de las cosas que hablan los que se quieren, se peleaban, se pensaban más de 7 minutos diarios y se extrañaban cuando no estaban cerca uno del otro, se leían poemas, se dedicaban canciones, entre las demás actividades que realizan los que estan juntos y se quieren. Como todas las parejas tenían sus chistes locales, crearon una burbuja sólo para ellos y se hicieron promesas que no se tomarían la molestia de cumplir. Un domingo, caminando por el centro de una ciudad mexicana se encontraron un libro de un autor que a ambos les gustaba mucho, ella le apostó que aquel libro era el primero que había escrito y él le aseguró que perdería la apuesta porque ese libro era el segundo.
- Te apuesto el resto de mi vida a que este es el primer libro - dijo con el libro en la mano izquierda y mirada retadora.
Siguieron caminando, tomados de la mano como habían decidido, riendo, mirando el cielo y disfrutando la ciudad.
Como todos los amores el suyo comenzó a desgastarse y al pasar los días decidieron que ya no era una buena idea seguir juntos, conscientes de que el final se aproximaba hicieron lo que hacen la mayoría de las personas a las que no le gustan las despedidas, dejaron de verse, de hablarse y de pensarse, así ellos no se dieron cuenta cuando fue exactamente cuando sus caminos se bifurcaron.
Pasaron los años y pasaron muchos otros romances, él anduvo de bar en bar y de mujer en mujer, dejó México y se fue a Cuba, vivió en un modesto cuarto en el segundo piso de una tienda de abarrotes, aprendió a forjar cigarros como Benito, bebía wisky on the rocks, disfrutó de los mejores puros, en las mañanas lidiaba con malestares físicos producidos por el exceso de alcohol y por la noche tocaba en un bar. Ella conoció a un caballero que decía amarla, con el que tenía muchas cosas en común y lo llegó a querer bastante, ya estaba en la edad a la que a las mujeres no les gusta estar solteras, como no tenía muchas cosas que hacer, mucho tiempo libre y no le interesaba conocer a más personas, accedió a casarse con él.
El día de la boda ella llevaba un vestido de esos vestidos que usan las mujeres que se casan con bodas grandes e invitan a más personas de las que conocen, en una iglesia grande, con un sacerdote amable y frente a (aproximadamente) 250 personas. El sacerdote estaba a medio discruso cuando por la entrada principal entró él, quién había regresado de La Habana, caminando sin prisa, ni agobios, ni penas, ni ruido, por eso nadie lo notó cuando se aproximaba al altar, fue entonces, cuando a unos metros de la novia se detuvo, la llamó por su nombre, ella giró la cabeza, lo miró y se aproximó hacia él dando 6 pasos firmes, él le extendió el libro que llevaba en la mano, ella lo miró a los ojos antes de tomarlo, presintiendo lo que ese libro escondía. En efecto. Era el libro del autor que a ambos les gustaba, reinaba un silencio de esos incomodísimos que son como un hechizo que nadie se atreve a romper, era el mismo libro que se encontraron aquella vez en el centro de una ciudad mexicana.
Cerró el libro, caminó de regreso al altar, miró a los ojos de su ex futuro marido, le puso una mano en una mejilla, le regaló un beso tierno, le tendió la mano.
- Fue un placer conocerte, muchas gracias. - Estrechó su mano, estrechó la mano del sacerdote, le entregó el ramo y el libro a su dama de honor, que era su hermana, se levantó el vestido y caminó hacía él, sin tomarse de la mano, sin prisa ni angustias, entre murmullos, salieron de la iglesia.
La madre de la novia estaba escandalizada, el novio estupefacto, la gente conmocionada, queriendo hilar una bella historia de amor que resucitó entre los antiguos amantes, imaginando que se fugarían a La Habana, que escaparían al sur, que tomarían fotografías análogas. La hermana de la novia era la más confundida de todos los asistentes, con el libro entre las manos, en la primera página tenía el nombre de la que minutos antes fue la novia y una dedicatoria: Este ejemplar es el segundo libro que escribí, disfrutalo. Y la firma del autor, inconfundible.